UNPAZ NOTICIAS

EL VESTIDO

Cuando llegué me senté en la sillita de siempre.

Solía darla vuelta, para no tener que verte a la cara mientras te hablo sin parar, como una idiota. Y con el brazo recostado sobre la mesa, todo empezó como de costumbre.

Pasaron varios minutos, y no me percataba. 

Hacía semanas te gustaba jugar con algo mientras conversabas conmigo. Pero desafortunadamente, hoy fueron mis lentes.

Los había dejado callados, apoyados sobre tus papeles. Y en algún momento los tomaste, ansioso. Para retorcerlos entre tus dedos.

Yo no sé qué manía te agarraste. Pero el ruido que hacías me desconcentraba y una vez hasta me dió risa. 

Y te lo dije…  que parecía que ese día pasabas por la vida, sin más preocupaciones. Pero en realidad, creo que tenías unas ganas terribles de acariciar alguna cosa, y te desquitabas con lo primero que alcanzaba tu mano.

La cuestión es que al rato empecé a sentir un olor raro. Como un vaho chamuscado, que trepaba por mi hombro.

No nos habíamos dado cuenta, ninguno de los dos. 

Pero a través de los lentes pasaba un rayo de sol que entraba, como un verdugo por la ventana. 

No vimos el pequeño punto de luz, sobre el vestido, sino hasta que fue tarde. 

Y cuando el ardor me hizo girar la cabeza, una llama despertaba, y se comía la pechera.

Bruta desesperación nos agarró ¡ Fue tan cómico! Vos no sabías si soplarme o pegarme con tu campera, y yo giraba en círculos tratando de sacarme el vestido.

La primera vez que te iba a ver con un vestido. No puedo decir porque lo elegí. Será que las flores hacían juego con la primavera que despuntaba a mitad de la mañana. O solo porque era ceñido y a mí me gustaba tanto… ay! Me gustaba tanto mi vestido.

Pero en el caos me arranque los botones, y lo deje caer, mientras miraba atónita como se consumía. 

Así me quede.

Dándote la espalda. 

Desnuda y asombrada de lo que acababa de pasar.

Vos atrás mío, hecho un fantasma, blanco y mudo.

Miré la hoguera unos segundos, y entonces torcí el cuello, como en una película de terror, y de verdad te debe haber aterrado mi mirada, porque tus ojos se agigantaron y tragaste saliva.

  • Conoces el término “emoción violenta” ?

  • Si – me dijiste … ya achinando la mirada marrón.

 - Estoy a punto de tener una.

Y ya sin poder contenernos, entre las sillas corridas, y el humo y las cenizas del vestido que volaban, con alguna flor aún en ellas, nos echamos a reír. 

Nos pusimos rojos, nos escuchó todo el lugar. Nos estallaba la boca, se nos desencajaban los pulmones y la  garganta nos dolía. Reímos hasta no dar más. Hasta que salieron lágrimas y se nos acabó el aliento.

Entonces nos miramos otra vez. 

Esta vez, callados. 

Me diste esa mirada profunda que me revoleas por la cabeza a veces, usualmente si estás enojado. Me viste, y yo, que ya había sido incendiada, ahora me volvía arroyo. 

No hubo nada que decir.

Vos te acercaste, y dudando un poco me acomodaste un rizo tras la oreja. Y yo no pude más que abrazar tu cintura y dejarme llevar por la calidez de tu cuerpo, que me cubría como una sombra.

Nos besamos. 

Solo eso.

Pero puedo asegurarte que en ese preciso instante entendí, y sentí en cada rincón de mi ser y en mis miembros,  que yo no sabía nada de la vida, no sabía de besar ni de hacer el amor, ni de amar a alguien. Nuca había tenido la más pálida idea de nada, hasta esta bendita tarde, en la que sin querer, me prendiste fuego.

Verónica Leyes Castro.

 

Verónica Leyes Castro