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Sí, me la crucé varias veces por la calle. Digo sí, con tanta seguridad, porque tenía ese tapabocas colorinche y los pelos despeinados.

Soy viejo, me cuido mucho, nunca salgo sin barbijo, trato de salir poco, por el Covid, viste. Últimamente me atrevo a hacer algunas compras, fui al super cuatro veces, a ella vi por la avenida, como perdida. Un día tenía un abrigo muy costoso que no pegaba con el resto de su aspecto, yo iba en bicicleta, era muy llamativa y como estaba parada en el semáforo la pude ver con más detenimiento, me pareció conocida. Tenía los zapatos muy gastados y el pelo sucio. La vez siguiente íbamos hacia el mismo lado, por eso la vi de atrás, llevaba una bolsa de basura, de esas de consorcio aunada en el cuello a modo de capa sobre el mismo abrigo de siempre, había llovido y eso le sirvió para no mojarse. Al pasarla, me di vuelta para verla un poco mejor, ella bajó la cabeza, sólo pude verle el manchón colorinche tapándole media cara.

Hoy ella estaba sentada en los escalones de acceso del supermercado, con la mano extendida, esperando una limosna, estaba tarareando un viejo tema de los sesenta, una hermosa voz atrapada por el tapaboca, que la hacía más pastosa y grave. Me detuve un rato parado atrás de ella para que no me viera. El fraseo, y la forma de entonar, se me hicieron muy conocidos. Después de un rato entré a hacer las compras, con esa melodía tintineando en mi cabeza. Hasta que cuando estaba en la góndola de las frutas y al ver las frutillas, mi mente se iluminó y recordó a Lucy, nuestra cantante del grupo que tuvimos con Quique cuando éramos jóvenes, ella cantaba como nadie Strawberry field forever. Aquello duró sólo dos años, hasta que todos nos dispersamos, cada uno tomando diferentes rumbos. Pero sí, esa era la voz de ella.

Al salir, seguía cantando y pidiendo una ayuda para comer. Bajé los escalones y me quedé mirándola de frente. Cuando levantó la vista, vi aquellos ojos de antaño, grandes y expresivos. Ahora mostraban tristeza y al mirarme con desconcierto cambió la expresión, se volvieron agresivos ¿¡qué mirás!? me dijo. 

Lucy, le dije. Soy yo Gustavo Galán, no te acordás, me bajé el barbijo para que viera mi cara completa, más vieja y con arrugas, supe que me reconoció porque desvió la vista y se paró, agarró sus paquetes y bolsas y se fue.

No quise llamarla ni seguirla, su mirada me había dicho que no debía hacerlo.

 

Mónica Alvarado  / julio 2020

Mónica Alvarado