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Universidad de José C. Paz  (UNPAZ)

Convocatoria “Historias de cuarentena”

Categoría: Textos (género, ensayo).

Título: Covid 19, una tensión entre lo finito y lo infinito

Autora: Ana María Guerrero 

Profesora en Filosofía (Universidad Nacional de General Sarmiento)

Anaguerrero912@hotmail.com 

Lugar: Villa de Mayo

Fecha: 26 de Julio de 2020

 

Covid 19, una tensión entre lo finito y lo infinito

 

"Para poder siquiera pensar el infinito dado sin contradicción se requiere de una facultad en el ánimo humano que sea ella misma suprasensible".   Immanuel Kant, Crítica del Juicio. 1790.

 

Hace muchos días, ya no sé cuántos, un email de “Info graduados” aparece ante mí con la seductora idea de pensar y escribir sobre la singular experiencia planetaria que nos impone el Covid 19. El texto de la convocatoria dice: “Una crisis global que modifica nuestra vida cotidiana, nuestros vínculos afectivos, las costumbres, los modos de trabajar, el mercado. Nos obliga a parar y a pensar”.

Las sensaciones que acontecían al inicio de la cuarentena fueron tan versátiles y tan inaugurales, al menos para mi conciencia, que se me hacía difícil obligarme “a parar y a pensar”. La voluntad se vio erosionada. Un cierto aroma del sin sentido me asustó. El universo exterior, con todo su desorden y toda su imprevisibilidad e incertidumbre traspasó el umbral de la casa y se metió adentro.

En familia, reivindicamos la esencia comunitaria del ayllú. Un espíritu ancestral de refugio nos llevaba de manera autómata a ocupar todo el tiempo residual en objetivos de desinfección, pintura, poda, limpieza de cajones, ordenamiento de placares, despolvoreo de libros, descarte de cosas vencidas. Esa revuelta doméstica nos confrontaba desafiante con una cantidad vanal de objetos inertes que habíamos considerado tan necesarios hasta ese momento. 

Las tareas cotidianas iban acompasadas por las emisiones  de una radio amigable  que nos mantenía atentos a sus flash informativos, actualizados cada treinta minutos. Hacia la noche  escuchábamos con gran tensión el número de nuevos infectados y de muertos. Sé que está muy mal, pero los desorbitados números de muertos que ocurrían en Europa, nos fortalecían el espíritu frente al desafío nacional, vivido como una gesta patriótica, de vencer al Covid 19. Debo confesar que este entusiasmo iniciático, a veces me daba miedo. Me recordaba a cierto periodista, que en los tiempos de la Guerra de Malvinas, en su programa de televisión, proclamaba con gran énfasis: “¡Que venga el Principito!” Considero que el miedo está justificado. Nos han mentido tanto…

La doxa estaba al orden del día. Los sofistas, ahora encarnados en infectólogos, virólogos, psicoanalistas, filósofos, economistas, politólogos, sociólogos aparecían entre los panelistas de los programas de televisión intentando reflexionar sobre el virus, las consecuencias del confinamiento, el aplanamiento de la curva, las teorías conspirativas, las ventajas y desventajas de usar barbijo, los desabastecimientos del alcohol en gel, la suba injustificada del precio  de los alimentos, entre otros. Por entonces, todo era muy confuso y dinámico. Las consignas que parecían inmutables eran: “lavate las manos y quedate en casa”.

Gratamente, una tarde, mi inercia mental fue sacudida por cierta reflexión a cargo del filósofo Darío Sztajnszrajber, quien curiosamente circulaba por todos los programas radiales y televisivos. Entre paréntesis debo señalar que celebro la abstención de Alejandro Rozitchner y su trencito de la alegría. La fuerza gestual y la claridad discursiva de Darío era emitida a través de una pantalla desde el estudio de televisión. De fondo se exhibía su biblioteca, escenario muy recurrente entre los intelectuales por esos días. La emisión desde los hogares tenía como objetivo señalar la importancia de “quedarse en casa”. Las bibliotecas de fondo, probablemente, funcionaban como un símbolo de autoridad frente al conocimiento de cada disciplina.

Darío explicaba que lo que estaba ocurriendo era lo que en filosofía se conoce como “situación límite”. Es decir, “son situaciones que ponen en evidencia nuestro carácter finito. O sea, lo limitados que somos […]. En casos como estos, la omnipotencia humana se resquebraja. La idea de individuo colapsa”.

Considero que esta situación, precisamente por su magnitud, no nos lleva a enfrentarnos con nuestra finitud. Aunque somos seres finitos, llevar constantemente al plano conciente este carácter sería una condición insoportable para la vida misma. No sólo por la inminencia de nuestra propia muerte, sino, y sobre todo, por la inminencia de la muerte de nuestros seres queridos. Sin lugar a dudas, a esto debemos sumarle que nuestra cultura occidental y el sistema económico (neoliberalismo en plena producción de consumidores) en el que estamos inmersos invisibiliza a la muerte, la niega y la repudia. Su fetichismo publicitario promueve  a través de una amplia gama de productos antiage, una corporalidad joven y perenne, construyendo la frágil ficción de una eternidad. Esta eternidad, cristalizada en corporalidades longevas, paradójicamente hoy se ve azotada por una minúscula cadena de ácido ribonucleico devenido en el temeroso Covid 19. No obstante, y pese a todos estos devenires, intrínsecamente, los humanos sabemos que estamos arrojados al mundo para transitar un tiempo finito. Somos el dasain, ese ser para la muerte que conceptualizó Heidegger en su magistral libro, El ser y el tiempo (1927).

Por lo contrario a la idea de finitud, lo desbordante, inimaginable, incomprensible, confuso, irritable e inabarcable de la situación me conectó, y hoy con más fuerza, con la idea de infinito. Inmediatamente me recordó las reflexiones que Immanuel Kant realiza, en su Crítica del Juicio (1790), acerca de lo sublime. No tengo ninguna pretensión de rigor en este análisis, solo deseo evocar a la multiplicidad de sensaciones que durante mi formación de grado me provocaron esas lecturas.

En la § XXVIII, en la que Kant analiza las sensaciones de lo sublime dinámico de la naturaleza escribe: “Rocas audazmente colgadas y, por decirlo así, amenazadoras, nubes de tormenta que se amontonan en el cielo y se adelantan con rayos y con truenos, volcanes desencadenando todo su poder desvastador, huracanes que van dejando tras sí la desolación, el océano sin límites rugiendo de ira []”. (Kant, 2007: 179). La magnitud de estos eventos podrían exterminarnos, aplastándonos como un insecto insignificante en una fracción de segundos. A pesar de ello, según Kant, la percepción estética de lo sublime sólo es posible si estamos al resguardo.

A diferencia de la magnificencia de los eventos relatados por Kant, la inconmensurabilidad de esta pandemia reside en la desvastación provocada por un organismo ínfimo, tan invisible y difícil de detectar, del mismo modo que es imposible encontrar un fragmento de mica dorada en toda la arena de un desierto. Para este caso, aparentemente, el refugio que nos protege de ese “enemigo invisible”, tal como se lo escucha nombrar, es nuestro hogar. Pero aquí también se abre una dimensión de lo infinito. En países como el nuestro donde la desigualdad es tan profunda, el hogar no es necesariamente una casa, ni una familia, ni siquiera un lugar seguro en términos materiales, sanitarios, afectivos, emocionales.

La tensión a la que nos expone la lectura kantiana es la que nos arroja a nuestros límites para el entendimiento. Según Kant, la razón, con su idea de totalidad exige que la imaginación entregue una intuición conforme a un objeto total. El problema es que, ante eventos de semejante magnificencia, la imaginación no puede cumplir con esa exigencia. La imaginación, sencillamente,  fracasa. Es así que se abre frente a nosotros el abismo de lo indeterminado y eso nos angustia. La voluntad se deshace. Las agujas del miedo enloquecen sobre la brújula. El lenguaje se torna insuficiente, todo se vuelve inefable.

Sin embargo, no todo es tan pesimista, Kant dice que estas experiencias “…elevan las facultades del alma por encima de su término medio y nos hacen descubrir en nosotros una facultad de resistencia de una especie totalmente distinta, que nos da valor para poder medirnos con el todo-poder aparente de la naturaleza. En consecuencia, esa falla, ese fracaso, permite exhibir el carácter trascendental del ser humano. Según Kant, esa trascendencia es posible ya que la libertad moral de la voluntad son superiores a toda magnitud o fuerza que la naturaleza pueda producir.

En este sentido, coincido con Sztajnszrajber cuando explica que. ante estas situaciones límites “el individuo colapsa”. ¿Colapsó el individuo alienado, de Karl Marx; el vigilado, de Michel Foucault; el endeudado, de Gilles Deleuze; el autoexplotado, de Byung Chul Han?

Esta tensión entre lo finito y lo infinito es lo que devela y desvela la fragilidad de nuestras propias facultades. Lo que aterroriza a la finitud es la cercanía de la muerte, mientras lo infinito, ante la indeterminación de lo completamente impensable, despoja al espíritu de su presunción con respecto al tiempo, lo desnuda, lo eleva y resignifica su sentido.

¿Será que deberíamos explorar esa trascendencia propia de la condición humana que nos permite experimentar lo suprasensible de la experiencia? Probablemente, este evento global nos esté brindando la oportunidad de reencontrarnos en nuestra esencia, reconocernos como especie (a la vez de natural) responsable de la naturaleza y de apelar por la construcción de una  vida comunitaria y colectiva más equitativa y solidaria.  

 

Bibliografía:

Heidegger, M. (1951) El ser y el tiempo, trad. José Gaos, México: Fondo de Cultura Económica.

Kant, I. (2007). Crítica del Juicio, trad. Manuel García Morente, Madrid: Tecnos.

Ana María Guerrero